Entrena la autocompasión y aleja la autoexigencia

mujer con jersey verde

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Antes de seguir leyendo, hazte la siguiente pregunta: ¿cómo reacciono yo ante el dolor o las necesidades de los demás?

madre con su hijo en brazos

Dado que la sociedad en la que vivimos nos educa para obtener de forma incansable el afecto y la aprobación de los demás, seguramente tu respuesta a la pregunta anterior habrá sido algo parecido a “con comprensión y amabilidad”. En muchas ocasiones elegimos ser compañeros de los demás en su sufrimiento. Ofrecemos nuestra atención, nuestros mejores cuidados, nuestras palabras de aliento y hasta normalizamos los errores, los fracasos y los fallos. Todo ello con el firme objetivo de que el otro pueda sentirse reconfortado y desde ahí motivado para levantarse y continuar. Cuando esta actitud cálida y amable la utilizamos con nosotros mismos hablamos de autocompasión.

De nuevo, te animo a preguntarte lo siguiente: ¿con qué frecuencia utilizas el estilo compasivo en la interacción contigo mismo?, ¿por qué motivas a los demás desde el afecto y a ti desde la exigencia?

Existe la creencia popular de que no es bueno perdonarse, por si acaso uno se relaja y abandona por completo sus responsabilidades. Pero ¿acaso no es la tranquilidad lo que nos ayuda a pensar, razonar y tomar mejores decisiones?

La realidad es que la autocrítica no es otra cosa que la expresión del miedo a fracasar, a no ser la persona ideal a la que se aspira. Cuando consideramos nuestra valía en función de los resultados que obtenemos, el amor a nosotros mismos se vuelve inestable y condicional, por lo que nos pediremos cada vez más, al mismo tiempo que lo que ya tenemos nos parece insuficiente.

De la misma manera que a veces tenemos que tolerar el malestar asociado a realidades que no son como queremos o asumir que no vamos a obtener lo que merecemos, también hay que aceptar que no siempre vamos a hacer las cosas de la mejor manera que existe.

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